
Ahora, alejado por voluntad propia del torrente activo de la
vida y ubicado entre las aguas tranquilas de la jubilación, solo alteradas por
los inesperados encuentros con los afilados y peligrosos salientes de las rocas
del trayecto que nos dañan la salud, pretendo subirme de forma sistemática a
cualquier atalaya desde la que mirar lo que sucede, lo que nos sucede. Y, al igual
que la anciana madre de mi querida esposa disfrutaba y anhelaba pasar todos los
tórridos veranos, en un balcón de La Ribera junto a una famosa heladería,
mirando las idas y venidas de los paseantes, las travesuras de los inquietos
niños, las discusiones de las parejas para decidir dónde sentarse, pretendo yo
también disfrutar mirando y oyendo, desde un balcón, lo que acontece en nuestra
sociedad, contarlo y dar mi opinión sobre ello.
Pero mirar y ver, oír
y escuchar son cosas diferentes: Podemos
mirar un paisaje o una escena pero no todos vemos lo mismo, podemos oír a varias personas,
pero sólo escuchamos algunas cosas de las que se dicen o de las que nos dicen. Yo tendré siempre mi propia visión y escucharé solo algunas cosas, no lo podré evitar.
Pues instalado en este balcón desde el que se ven pasar a
los toros con cierta tranquilidad y con aquello que yo veo y escucho, con mis recuerdos y mi común sapiencia,
intentaré elaborar un atractivo relato crítico.
Espero que sea interesante y que os interese.
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